sábado, 19 de abril de 2014

Descubriendo lo humano

El primer carácter específico humano que se nos sugiere es la inteligencia, y ya aquí nos encontramos con el primer escollo, el de saber qué es. Según Howard Gardner, creador de la Teoría de las inteligencias múltiples, la inteligencia es la capacidad para resolver problemas o elaborar productos que puedan ser valorados en una determinada cultura. Y propuso hasta diez tipos de inteligencia, igual de importante[1]. 
En este sentido, si bien la inteligencia general apunta a una destreza y creatividad en el análisis de situaciones, en la actualidad se habla de una inteligencia lingüística, o lógico-matemática, o espacial, musical, corporal, interpersonal, emocional, en dependencia de las habilidades favorecidas en el individuo, lo que permite valorarla como un fenómeno altamente complejo que recibe influencias de los niveles en que se inserta el ser humano. Por ello, la cuestión de si la inteligencia está determinada genéticamente o es una consecuencia cultural parece estar en el centro de los debates.
Los racionalistas antropológicos (corriente esencialista o dualista de la Antropología Filosófica) afirman que la razón pertenece en exclusividad al hombre, y que, por tanto, entraña la posibilidad de una separación radical entre el hombre y el animal.
Pero la razón nace de la inteligencia, y ésta no es una cualidad exclusivamente humana. En mayor o menor medida, todos los seres vivos la tienen, basada en las hormonas, la visceralidad, el sistema nervioso periférico o el central. Muchos animales tienen signos claros de inteligencia instintiva e incluso pueden lograr algunas etapas racionales primarias bajo entrenamiento. Algunos casos de animales domésticos que se antropizan pueden llegar a adquirir algunos rasgos de inteligencia racional, por encima de la instintiva, que denotan, cuando menos, la existencia de un pensamiento complejo parecido a la inteligencia humana. 
Para que la adaptación al medio sea más rápida, son los propios individuos los que han de reprogramar sus comportamientos, aprendiendo del medio y reaccionando en consecuencia; esto es, con inteligencia, un resultado consecuente del ahorro energético que supone recordar sobre la base de una memoria, para luego aplicar resultados.
Todos hemos sido testigos o nos han referido actuaciones de animales, algunos domesticados, que nos han sorprendido en más de una ocasión. Como cuando un perro arrima una silla para subirse a una mesa, o cuando un pájaro coge pan del suelo y lo tira al agua para pescar con su pico los peces que se aproximan al pan, o cuando los monos en la India, tiran las semillas con cáscara delante de los vehículos detenidos en un semáforo para después recogerlos descascarillados y poder comérselas. Son comportamientos no heredados, ni enseñados en principio, que demuestran que la inteligencia no es un atributo exclusivo del ser humano.
Por ello, Gustaph Rodolf Sandini Kuck, uno de los filósofos más destacados del siglo XX, perteneciente a la corriente Naturalista de la Antropología Filosófica, planteó que no hay una diferencia esencial entre el hombre y el animal, sino solo diferencias de grado, de modo que la vida superior del hombre resulta ser una forma más desarrollada, perfeccionada o evolucionada de la serie animal. Las formas más altas de la vida humana (pensamiento, lenguaje, arte, etc.) no son más que las resultantes genéticas de procesos inherentes a las manifestaciones más elementales. Para él, la diferencia está en la cantidad: el ser humano es mucho más inteligente que cualquier otro animal [2]
El mayor número de pliegues y arrugas en el córtex y neocórtex que han surgido en nuestro proceso evolutivo han hecho que la capacidad cognoscitiva del hombre se multiplique enormemente, pero la cuestión es ¿por qué se desarrollaron éstos surcos que, a su vez, pudieron contener mayor cantidad de neuronas? Y ¿por qué no aparecieron en la evolución de otras especies, como los demás simios? Según la doctrina darwiniana, a ninguna otra especie le fue necesaria la inteligencia para sobrevivir, solo al hombre. Pero ¿por qué? En un momento dado de nuestra evolución hubo un cambio en nuestro entorno que nos hizo adaptarnos, desarrollando un cerebro superior, más grande y complejo. Pero, ¿por qué solo en el hombre y no en otras especies? ¿Es que ese cambio en el entorno solo nos afectó a nosotros? Aquí buscamos la causa, no la consecuencia, y la aparición de la inteligencia humana fue la respuesta a algo, y nosotros queremos saber qué fue ese “algo”, el origen del cambio.

Como consecuencia de la aparición de la inteligencia, el hombre se ha ido alejando cada vez más de su aspecto animal. El hombre ha ido desarrollando el lenguaje, la escritura, la utilización de instrumentos, el arte, la ciencia, la adaptación de su entorno a su propia conveniencia, la estructura social, etc. Con la generalización de la cultura y la enseñanza de los conocimientos en los últimos decenios, el hombre ha llegado a la era espacial y a la de Internet. Pero todos estos adelantos, que a su vez han sido diferencias acumuladas con respecto al resto de animales, fueron también consecuencia de la aparición de la inteligencia humana.

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