Ya en 1928, Sigmund Freud escribió que, en el transcurso del tiempo, la humanidad tuvo que soportar tres grandes atentados de manos de la Ciencia contra su ingenuo amor propio: el descubrimiento de que nuestro mundo no es el centro de las esferas celestes, sino un punto en un vasto universo; el descubrimiento de que a menudo nuestra mente consciente no controla nuestra forma de actuar; y el descubrimiento de que no se nos creó de forma especial, sino que descendemos de los animales.
Efectivamente, hemos pasado del Geocentrismo, donde el hombre se consideraba a sí mismo el centro del Universo, a otras teorías como la del Big Bang. Y a veces, nuestro inconsciente, como la otra escena desconocida de la conciencia, nos puede jugar malas pasadas.
El tercer y último desengaño es el apuntado por Charles Darwin, coautor de la teoría de la Selección Natural de las especies. Él también tuvo que luchar contra los prejuicios religiosos y antropocéntricos de su época llegando a escribir a un amigo que se sentía como el que confiesa un crimen al difundir su teoría de la selección natural.
Hombre y animal se nos presentan cada día menos diferentes. Mientras más profundizamos y avanzamos en nuestros conocimientos, más tendemos a minimizar la importancia del ser humano en la Naturaleza, más vulnerables y desnudos nos vemos. La similitud entre el genoma humano y el del chimpancé es del 98’5%, aproximadamente (otros estiman menos). Desde este punto de vista, las diferencias entre humanos y animales no son más importantes de las que puedan existir entre el resto de las especies entre sí.
Por eso, aparte de algunas diferencias físicas que no merecen la pena resaltar, por obvias, habría que preguntarse, ¿qué es lo que verdaderamente distingue al ser humano del resto de los seres vivos? ¿Qué es lo que ha motivado que exista ese pequeño porcentaje de diferencia genética que ha hecho evolucionar al hombre de una forma tan diferente a la del resto de los animales?
Esta es una pregunta repetida en la Antropología Filosófica, que intenta buscar la esencia del hombre, es decir, lo que es específicamente humano.
Por otra parte, la Psicología Evolucionista propone que la psicología y la conducta del primate (incluido el hombre) pueden ser entendidas conociendo su historia evolutiva, que su mente está compuesta de muchos mecanismos funcionales llamados adaptaciones psicológicas o mecanismos psicológicos evolucionados que se han desarrollado mediante Selección Natural por ser útiles para la supervivencia y reproducción del organismo. La Psicología Evolucionista intenta explicar características mentales de la especie humana (tales como la memoria, la percepción, el idioma, y fundamentalmente las emociones) como adaptaciones naturales para la supervivencia y procreación. Se refiere al pasado para explicar el comportamiento presente del ser humano ya que éste es generado por mecanismos de procesamientos de información que existen porque resolvieron problemas adaptativos en los entornos ambientales ancestrales en los que evolucionó la humanidad; entendiendo como adaptación biológica una estructura anatómica, un proceso fisiológico o un rasgo del comportamiento de un organismo que ha evolucionado durante un período de tiempo mediante Selección Natural de manera tal que incrementa sus expectativas a largo plazo para reproducirse con éxito.
Para llegar a resultados, sería práctico aplicar los métodos de la ingeniería inversa a la Psicología Evolucionista. Partiendo del conocimiento del ser humano actual, como producto final de nuestra evolución, podemos determinar cómo estamos hechos, qué nos hace funcionar y cómo fuimos “fabricados”. Al igual que la ingeniería inversa avanza en dirección opuesta a las tareas habituales de ingeniería, que consisten en utilizar datos técnicos para elaborar un producto determinado, la psicología inversa parte del conocimiento del ser humano actual para descubrir en él las características exclusivas que lo diferencian del resto de los animales y que son comunes en todos nosotros, a las que llamamos universales humanos, y a partir de ahí, tratar de deducir cómo hemos evolucionado, hasta llegar a “fabricarse” la mente humana, las funciones adaptativas y las presiones selectivas que nos han “forjado”, basándose en el resto de disciplinas científicas que tanta luz han arrojado sobre nuestro origen.
La ingeniería inversa nace en el transcurso de la segunda guerra mundial, cuando los ejércitos enemigos se incautaban de insumos de guerra, como aviones u otra maquinaria de guerra, para mejorar las suyas mediante un exhaustivo análisis, ya que desconocían las funcionalidades y los procesos de fabricación de estas armas. Lo mismo, la Psicología Evolucionista inversa parte del conocimiento que nosotros tenemos de nosotros mismos, que se supone mucho más profundo y exacto que el que podamos tener de nuestros ancestros de hace 5 ó 6 millones de años, y a partir de ello, trazar una línea evolutiva en dirección a nuestros orígenes que concuerde cronológica y sustancialmente con todos los descubrimientos que sobre nuestra evolución han sido aceptados por el mundo científico.
Si imaginamos todos los hallazgos científicos sobre el origen del hombre, la Psicología Evolucionista inversa coloca al hombre en la actualidad despojado de todo lo que no sea exclusivamente humano, y a partir de ahí, se deduce todos los pasos evolutivos que se han debido dar, analizando las adaptaciones y las presiones selectivas que han originado esa excepcional evolución. Es como despiezar al ser humano, obviando las conductas, aptitudes y componentes animales, dejando solo las características típicamente humanas, para tratar de averiguar las presiones selectivas que actuaron sobre ellas, que las preservaron hasta nuestros días.
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