domingo, 20 de abril de 2014

Guerra vs violencia


Cualquier hipótesis de adaptación debe ser consecuente con el estado anterior de la especie en cuestión y con el cumplimiento mínimo de unas reglas evolutivas. Reglas que si bien se pueden considerar como universales, porque afectan a todos los organismos, se deben de aplicar sopesando todas las alternativas adaptativas, para poder elegir la más coherente.
Estas reglas son cuatro: la de la convergencia, la de la precedencia, la de la simplicidad y la de actualismo.
La primera y más importante es la regla de analogía o de convergencia. En Biología se llama convergencia al fenómeno evolutivo por el que organismos diferentes alejados filogenéticamente tienden, bajo presiones ambientales equivalentes, a desarrollar características análogas. Por ejemplo, un delfín (mamífero) y un tiburón (escualo) han evolucionado de forma parecida. Por este fenómeno debemos descartar cualquier hipótesis que se aleje de fenómenos adaptativos observados en otras especies parecidas para la misma función, es decir, si existiera cualquier otra especie sobre la que haya actuado parecida presión selectiva, presentaría características análogas con nosotros. 
La segunda regla, la de la precedencia temporal, dice que la función debe de aparecer antes que la adaptación o el carácter novedoso pertinente o, lo que es lo mismo, primero aparece la presión selectiva, después la adaptación, y no al contrario.
La tercera es la regla de economicidad, de la parsimonia o, también llamada, principio de la navaja de Ockham, principio filosófico según el cual cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, debe preferirse la teoría más simple a la más compleja.
Y la cuarta y última regla que aplicaremos es el principio universal del uniformismo o también llamado actualismo, que en filosofía de la ciencia es el principio según el cual los procesos naturales que actuaron en el pasado son los mismos que actúan en el presente. Concretamente en Biología, el actualismo consiste en aplicar relaciones observadas en la biosfera actual a las especies fósiles, pero si tales relaciones han existido siempre.
Siguiendo la estrategia de la Psicología Evolucionista inversa, escogemos entre las prácticas y necesidades de aprovisionamiento de los primates en general aquellas que exijan una mayor capacidad cognitiva, y entre ellas, las que filogenéticamente se han convertido en características universales y exclusivas del ser humano y que, paulatinamente, nos han ido separando cada vez más del reino animal, ya que, por convergencia evolutiva, si estos universales humanos hubiesen actuado como selectivas en la filogénesis de cualquier otra especie, esta presentaría características análogas a las nuestras, convergiendo hacia la hominización (desarrollo evolutivo humano). Y si de todos los universales humanos que cumplan más claramente con estas reglas elegimos una –la que verdaderamente haya supuesto una efectiva e intensa presión selectiva– nos quedaremos con la hipótesis de adaptación más razonable de todas: El Conflicto Territorial que ha derivado en las actuales guerras.
Efectivamente, la guerra es un fenómeno que solo existe en el ámbito humano y en todas o casi todas las culturas conocidas, y si bien la podemos observar entre los demás primates, es en mucha menor escala. Hace una selección de los más inteligentes, porque sucumben normalmente los grupos menos capacitados mentalmente. Y afectó a nuestra evolución durante millones de años, ya que la guerra hunde sus raíces en las contiendas territoriales que proliferaban entre los animales más ancestrales.
La guerra es un fenómeno exclusivo del ser humano. En ninguna otra especie animal se puede encontrar un comportamiento parecido. Aunque es cierto que existen enfrentamientos territoriales y luchas por el apareamiento en todas las especies, casi siempre son incruentas y necesarias para la selección de los más aptos. También existen los depredadores que se alimentan de otros animales. Pero estos actos de supervivencia o procreación no se pueden comparar con las guerras territoriales que se han sucedido a lo largo de la historia y de la prehistoria del hombre. La guerra en el hombre significa la aniquilación del enemigo, y el enemigo lo es por ser simplemente diferente o desconocido. Como dijo Albert Einstein “nos destruimos solo por demostrar quien puede más”. Ningún animal o especie, en el pasado o en el presente, se ha alineado y organizado sistemáticamente para acabar con sus congéneres, como ha ocurrido en el caso del ser humano.
La palabra “guerra” que proviene del término germánico “werra”, con el significado de contienda, y su equivalente latino “bellum”, en ningún momento lo debemos de confundir con el término “agresividad o violencia física”. Aquí vamos a emplear el término guerra en un sentido estricto, merced al cual todo enfrentamiento se llama “guerra” cuando concurran las siguientes tres características: Primero, la utilización de armas, aunque fueran muy rudimentarias, como piedras y palos; segunda, el empleo de las artes de la guerra, (estrategia, táctica y logística militar), pero considerando que el simple acopio de estas armas rudimentarias para ir a guerrear demuestra el más incipiente inicio de esta actividad, la carrera militar, que ha llegado en nuestros días a sobrepasar el concepto de técnica o ciencia, para convertirse en todo un arte; y en tercer y último lugar, la guerra debe de estallar entre grupos de homínidos, que no entre individuos aislados, es por tanto, un comportamiento colectivo.
Por el contrario, la agresividad o violencia es endogrupo, y se presenta en todas o casi todas las especies de la Naturaleza, incluyendo los antropomorfos, y es un comportamiento más individual que colectivo, y en la mayor parte de los casos, es necesaria para la selección del más apto entre los animales. En la sociedad humana actual y, presumiblemente, en las civilizaciones más primitivas, la violencia es un comportamiento perseguido y castigado, por su inutilidad y perjuicios para los demás: El individuo agresivo y violento es vituperado y castigado, mientras que, por el contrario, el guerrero militar es vitoreado y agasajado por su valentía y entrega.
La guerra o la Contienda Territorial Ancestral (CTA a partir de aquí) es un comportamiento colectivo, aprobado y significado por todos los que forman parte del mismo bando, que supone el enfrentamiento organizado mediante la estrategia, la táctica y la logística militar de grupos humanos armados, con el propósito de controlar recursos naturales o humanos y que se puede producir por múltiples causas, aunque casi siempre por motivos defensivos o preventivos. La guerra o CTA es la forma de conflicto más grave entre clanes, tribus, pueblos, estados o civilizaciones.
La agresividad y la violencia individual normalmente es instintiva, impulsiva y visceral, mientras que, por el contrario, la guerra presupone una preparación, una organización y una estrategia previas que la sitúan entre las ramas científicas del saber, y precisa de unos conocimientos y experiencias que distan mucho de un simple y único acto de agresión. El general chino Sun Tzu en su célebre obra “El arte de la guerra”, afirmó que la guerra había que ganarla antes de declararla o de que existiera en sí misma [4].
En comparación con el resto de animales, ambas, violencia individual y guerra, serían análogas a la agresión intraespecífica que se da entre individuos de una misma especie. Dentro de ella, la primera sería más comparable a la que Fisher [18] llama la agresión hiperestésica, “basada en exceso de impulso, y que en su forma más usual consiste en errores de identificación, tomando una cosa por otra parecida”. Mientras que la guerra se aproximaría al concepto de agresión taxógena, que se daría entre individuos muy similares dentro de una misma especie y se produciría por la posesión de territorios, por la búsqueda de compañera sexual o ante la falta de fuentes de alimentación; el resultado final de este último tipo de agresión sería llevar a la evolución de la especie, al permitir sobrevivir a los más fuertes, según Fisher.
Destaquemos también que al tipo de guerra o conflicto al que hacemos referencia aquí es a la guerra primitiva o CTA, como la hemos llamado, en la que aún no existían ni la milicia profesional ni las levas forzosas, y en las que participaban individuos que defendían su subsistencia y la de los suyos, voluntariamente, sin más recompensa que la defensa del grupo, y que se libraban principalmente entre los clanes y tribus nómadas, sociedades no productivas, antes que apareciera la agricultura y la ganadería, es decir, de 5 ó 7 millones de años hasta hace apenas unos 10 mil años, ya que tradicionalmente, a partir de este momento la CTA, pasa a llamarse guerra.
Estas guerras más modernas, entre pueblos de economía productiva, quizás no han tenido tanta repercusión en nuestra evolución filogenética, por el escaso tiempo trascurrido, como más adelante veremos, pero su existencia demuestra que en estadios más primitivos de nuestra evolución también existieron a un nivel menos evolucionado y complejo. Además, por la gran complejidad en cuanto a motivaciones y orígenes de los conflictos y guerras actuales o recientes, se escapan en gran medida de la simplicidad de los enfrentamientos de nuestros ancestros, más cercanos a los derroteros designados por la Naturaleza y más alejados de los intereses económicos y geopolíticos más “civilizados”, que sirven de excusa a la mayor parte de las guerras modernas. Por tanto, aunque el término guerra abarque todas las acepciones, cuando aquí hablemos de guerra, nos referimos principalmente a los enfrentamientos territoriales y batallas entre clanes primitivos, o abreviadamente, CTA.
Si bien la guerra no es un comportamiento exclusivo del hombre, ya que en la Naturaleza se pueden ver fenómenos parecidos, como el protagonizado por los chimpancés, que patrullan periódicamente sus territorios de caza o de recolección en busca de intrusos, llegando a auténticas batallas campales con resultados fatales en algunos casos, incluso se conocen casos de canibalismo, y se puede decir que emplean armas (lanzamientos de piedras) e incluso parece que no carecen de estrategias o tácticas de guerra muy rudimentarias, la única diferencia que podemos encontrar es la frecuencia de éstos enfrentamientos, ya que al no haber modificado sustancialmente el nicho ecológico desde su separación evolutiva con los homínidos, las CTAs entre chimpancés no han sido tan decisivas en su evolución filogenética por su infrecuencia y poca generalización. 

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