Para ganar las batallas se necesita un buen general, un individuo o varios que dirijan a sus compañeros hacia la victoria.
Estrategia militar es el arte de dirigir las operaciones militares para conseguir la victoria. Etimológicamente, el término viene del griego “strategos”. La estrategia militar se ocupa del planeamiento y dirección de las campañas bélicas, así como del movimiento y disposición estratégica de las fuerzas armadas, con el objetivo de vencer al enemigo.
También es una de las tres partes del arte de la guerra y en las contiendas convencionales tiene por objeto conducir las tropas en el teatro de las operaciones hasta llevarlas al campo de batalla, al paso que la táctica conduce y guía las operaciones de los ejércitos o de una parte de ellos cuando llega el choque, para la correcta ejecución de los planes militares y las maniobras de las fuerzas de combate en la batalla. El tercer componente sería la logística militar, destinada a mantener el ejército y asegurar su disponibilidad y capacidad combativa.
La táctica establece sus combinaciones sobre datos exactos y a la vista de las posiciones del enemigo, mientras que en la estrategia las combinaciones se establecen sobre datos hipotéticos, lejos del enemigo y en medio de una incertidumbre completa, poseyendo a menudo noticias de dudosa veracidad y con frecuencia contradictorias sobre las posiciones y las fuerzas del enemigo. Misión difícil, por tanto, es la que impone la ciencia militar al general que manda un ejército, para que según escribió el archiduque Carlos, imagine con el pensamiento el teatro de la guerra, atraviese virtualmente las líneas de su adversario, descubra las partes débiles de su enemigo o de sus puntos de apoyo, le prive de sus comunicaciones y de sus recursos, desarme su voluntad y aniquile de frecuente hasta sus últimos medios en una sola batalla, que debe de saber prevenir según las reglas de la estrategia y librar según las reglas de la táctica.
El profesor de Psicobiología Martín-Loeches, define la Teoría de la Mente, “como la capacidad de representarse mentalmente los estados mentales propios y de los otros, estados mentales que incluyen las intenciones, las creencias, los deseos y el conocimiento”. Es una capacidad mental que nos permite advertir o hacer conjeturas o tener una “teoría” sobre los pensamientos e intenciones de otras personas. Estos estados mentales intencionales ajenos son construcciones inobservables deducidas a partir del comportamiento observado, y su mentalización, no solo nos ayuda a dar sentido al comportamiento de los que nos rodean, si no que, además, se convierte, en cualquier contienda o batalla, en una información imprescindible a la hora de prevenir y contrarrestar cualquier movimiento del enemigo, necesaria para establecer una buena estrategia de combate y conocer el estado psicológico y anímico, tanto de los soldados de tu propio ejército como los del enemigo.
La intencionalidad puede concebirse como una serie de estados de creencias jerárquicamente organizada. Los ordenadores, las bacterias y quizá algunos insectos son entidades intencionales de grado cero: no son conscientes del contenido de sus “mentes”. Los organismos que tienen cerebro son, con bastante probabilidad, conscientes de los contenidos de sus mentes: “saben” que tienen hambre o “creen” que hay un depredador acechando. Serían seres con un primer grado de intencionalidad. Un segundo grado de intencionalidad consistiría en tener una creencia acerca de una creencia (o intención) de un tercero. Si Juan cree que Pedro piensa que una pelota está debajo de un cojín, Juan tiene dos estados de creencia en mente (el suyo y el de Pedro); entonces, la Teoría de la Mente es equivalente al segundo grado de intencionalidad.
Pero los humanos, claramente, podemos ir mas allá del referido segundo nivel. Por ejemplo, José puede creer que Juan suponga que Pedro crea que la pelota está todavía bajo el cojín. Pedro está en el primer orden de intencionalidad, Juan en el segundo, y José, en el tercero. Según Robin Dunbar, “la sabiduría popular señala que los humanos adultos experimentan un límite máximo absoluto en un quinto o sexto grado con respecto a los niveles de intencionalidad que podemos plantearnos”.
Por ello, la capacidad mental de la Teoría de la Mente, si bien puede existir en otras especies de forma incipiente, se puede considerar como exclusiva del ser humano, porque hemos llegado a un grado de intencionalidad inalcanzable para cualquier otro organismo. Y también se puede considerar como universal porque a las relativamente escasas personas que presentan déficit de Teoría de la Mente se les asocia con patologías como el síndrome de Asperger (del espectro autista) o el Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad.
Su origen evolutivo no se puede asociar con la inteligencia, puesto que las personas que presentan un cuadro deficitario en esta capacidad pueden tener un cociente intelectual normal o incluso sobresaliente, y pueden poseer talentos extraordinarios para la música, el dibujo, el cálculo o la memoria. Ni tampoco su origen se puede buscar en la adquisición de habilidades sociales, propias de animales sociales, porque, si bien una persona con déficit de Teoría de la Mente puede ser incapaz de comprender las intenciones o las emociones de los demás, o puede no captar las bromas ni el sarcasmo en las conversaciones, y no sabe mentir, en modo alguno estas son habilidades sociales que se puedan catalogar como relevantes para la supervivencia y la eficacia biológica entre los pequeños grupos de cazadores recolectores ancestrales, de los que hemos heredado nuestros genes. Si fuera así, otras especies sociales, por convergencia evolutiva, habrían desarrollado mecanismos parecidos a la Teoría de la Mente, por proporcionarles más eficacia biológica en su competitividad social, y no sería un universal exclusivamente humano.
Por eso, desde mitad del siglo pasado muchos e insignes investigadores han estudiado la Teoría de la Mente en animales no humanos, sobre todo en primates. La cuestión principal era saber si es posible que la selección natural haya moldeado las mentes de otros animales de un modo similar a como es la nuestra, ¿tienen los chimpancés una Teoría de la Mente?
Muchos estudios empíricos, con resultados mixtos, no han podido ser concluyentes, y como reconocieron Tomasello y Call en 2008, los primates no-humanos, y en particular los chimpancés, entienden a los demás en términos de una psicología de objetivos, pueden ser buenos observadores de patrones de conducta, pero no son “lectores de la mente” de otros, al menos, no en términos de una psicología de deseos y creencias como la nuestra. Los chimpancés no pueden proyectar los estados mentales propios hacia otros, como hacemos nosotros, y mucho menos, llegar al tercer o cuarto grado de intencionalidad. En general, ningún animal, por muy social que sea, necesita conocer lo que otro tiene en mente, y mucho menos lo que piensa éste de las intenciones de un tercero, porque con este conocimiento ni va a vivir más tiempo ni va a tener más descendencia.
Sin embargo, la Teoría de la Mente es fundamental para el arte de la guerra. La prueba está en que todas las actividades de inteligencia militar, en todos los ejércitos del mundo, se centran en obtener información del enemigo actual o potencial, imprescindible para planear adecuadamente las eventuales operaciones y estrategias, lo que da cuenta el porqué esta información es quizás una de las armas más poderosas. El buen estratega militar debe de conocer las intenciones del enemigo y la de sus colaboradores, para prevenir su actuación; debe de conocer las creencias y deseos tanto de sus propios soldados como las del enemigo, para incentivar o menoscabar su ánimo, según el caso; debe de saber lo que saben los enemigos de si mismos y de sus propios ejércitos y, a la vez, lo que sus propios hombres conocen, sienten, creen y esperan de su propio ejército, y del enemigo. Aquellos homínidos que poseían innatamente esta arma, la Teoría de la Mente, podían intuir con mayor precisión los movimientos del enemigo antes de que actuara, podían incentivar y dirigir más eficazmente a sus soldados, sabían como desmoralizar al enemigo, y vencían con mayor probabilidad en las CTAs en las que participaban, al planear las estrategias más efectivas y contraatacar por sorpresa allí donde el enemigo era más vulnerable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario