martes, 23 de septiembre de 2014

La caballerosidad del lobo

En el resto de animales, dentro de la que se ha llamado la forma taxógena de agresión intraespecífica –violencia entre los miembros de una misma especie en competencia por los recursos escasos– podemos distinguir la lucha ritual y la lucha abierta. La primera es un encuentro con reglas estrictas y la segunda sería una lucha a muerte.
Para empezar, el comportamiento de los animales es, esencialmente, un intento de evitar la lucha intraespecífica. La mayoría de las “armas” que presentan los mamíferos serían instrumentos de agresión interespecífica (defensa o predación de animales de especies distintas) y no intraespecífica. Como indica Fisher refiriéndose a la lucha ritual, “Las armas son potencialmente tan peligrosas que el combate se ritualiza convirtiéndose en despliegue, amenaza, sumisión o aplacamiento, de modo que los combates no suelen ser más que pruebas de fuerza seguidas de separación y rápida retirada del más débil”. La lucha abierta sólo se daría en situaciones de falta de recursos del medio o en animales cautivos o heridos, e incluso en estas condiciones el más débil podría escapar y salvar la vida. Según Fischer, “los animales despliegan actitudes agresivas que pueden tener valor para la supervivencia, pero en condiciones naturales no luchan hasta la muerte con miembros de su propia especie; el conflicto es ritualizado, de modo que se hace poco daño.”
La explicación más lógica de este fenómeno es que tanto en la lucha ritual como en la abierta se produce un conflicto entre los intereses del individuo y los de la especie. Si bien el individuo no quiere tener rivales y por eso ataca a sus congéneres, si esto se llevara al extremo, no quedarían individuos dentro de la especie. Por eso, la Selección Natural debe haber preservado formas de comportamiento no demasiado dañinas: los animales que las poseían deben haberse extinguido. Existe una inhibición muy grande en el vencedor animal, que le impide matar a su víctima.
En definitiva, tal como dice Cermignani “la lucha lleva a la selección de los machos (o de las hembras) más corpulentos y hábiles, mientras que la ritualización parcial o total de la misma tiende a reducir el gasto de energía y/o a eliminar las posibilidades de muerte del vencido”.
Siguiendo estas reglas, se ha observado que, en los demás primates no humanos, el dominio de un individuo sobre los demás se establece por medio de manifestaciones de agresividad controladas genéticamente y que poseen mecanismos innatos de control de la agresividad, como la inhibición de la ira ante la sumisión del contrario, que los hombres no poseemos. Es como la típica conducta del lobo derrotado que esconde el rabo, se agacha y ofrece su cuello para ser mordido ante el vencedor, lo que, paradójicamente, provoca el apaciguamiento inmediato del lobo victorioso. Al carecer de estos mecanismos instintivos de inhibición –mecanismos neuronales y hormonales involuntarios–, tenemos que controlar la agresividad por medio de mecanismos sociales y culturales. Es decir, al rebasar los controles instintivos, la capacidad humana de agresividad sólo puede ser activada y desactivada por mecanismos culturales, lo que presupone que, nuestros ancestros eran potencialmente más peligrosos, más salvajes, que nosotros actualmente, porque no poseían aún una cultura tan desarrollada que les apaciguara y les hiciera renunciar a la agresión.
Konrad Lorenz, padre de la Etología, ya manifestó que incluso, en la historia de nuestra propia especie, hay que esperar hasta la edad caballeresca del Medioevo para encontrar la gracia para el vencido. Sólo el caballero cristiano es, sobre las bases tradicionales y religiosas de su moral, tan caballeresco como pueda serlo, mirándolo objetivamente, el lobo. El guerrero homérico que quiere rendirse y pide gracia; arroja su yelmo y su escudo, cae de rodillas e inclina la cerviz, acciones que manifiestamente facilitarían a su contrario el darle muerte, pero que, en realidad, dificultan semejante acción. Todavía hoy, en los gestos habituales de cortesía se descubren indicios simbólicos de semejantes gestos de sumisión: reverencias, quitarse el sombrero, presentar las armas en las ceremonias militares. Por lo demás, los gestos de sumisión de los guerreros griegos no parecen haber sido de extraordinaria efectividad; los héroes de Homero no se dejaban influir y por lo menos a este respecto, su corazón no era tan fácil de enternecer como el de los lobos. El cantor nos relata numerosos casos en los cuales el que pedía merced era muerto sin piedad. También la leyenda heroica germánica abunda en casos donde fallan los gestos de sumisión.
Por eso los grupos que nos han legado sus genes fueron los que triunfaban en las CTAs y, de ellos, los que no poseían estos mecanismos innatos de control de la agresividad, puesto que nosotros tampoco los poseemos. Al ser tan agresivos, eliminaban al grupo rival, y con ello se aseguraban apoderarse de todas las fuentes de alimentación del territorio enemigo.
La explicación más simple es que por la progresiva deforestación, ante la gran fluctuación de la cantidad de alimento disponible en cada territorio, la falta de recursos en el medio y la intervención del azar para encontrar árboles en fruto, si quedaban supervivientes derrotados en una CTA, se perdían los recursos cada vez más escasos que éstos pudieran encontrar y consumir en el futuro, y se corría un riesgo extra por la posibilidad de la venganza. Y si se tomaban rehenes, el clan asumiría un lastre al trashumar, al no disponer de la logística necesaria para mantener presos itinerantes, como grilletes, jaulas o cuerdas. Por ello, el tomar presos y el dejar supervivientes serían dos comportamientos que la evolución se debió de encargar de erradicar, eliminando los mecanismos innatos de control de la agresividad. Y ello, sin que esta conducta entre en conflicto con el principio de perpetuación de la especie, porque se trata de selección de unos grupos que pueden constituir cada uno de ellos un linaje evolutivo separado, y no se trata de selección de individuos, como sucede con la mayor parte de los animales.
Los vencedores en estas primeras CTAs debían de ser los más guerreros. Los clanes pacíficos se extinguirían o se refugiarían sin posibilidades de expansión. Evolutivamente, con el transcurso de los siglos y milenios, se produciría una selección de los más agresivos y guerreros de entre los más violentos y belicosos, un incremento de la violencia de tal magnitud que se llegaría a la exterminación física del clan rival y de toda su descendencia. Este proceso debió de ser relativamente rápido en términos de evolución, ya que la línea genética menos violenta era cortada de raíz, no debían existir supervivientes para proseguir con ese linaje no guerrero.
Pensamos que esta debió de ser una de las primeras adaptaciones no naturales acaecidas en la evolución del ser humano, porque con ella se produce un fenómeno esencial en la forma de evolucionar el genoma humano, cual es la exclusión y sustitución de poblaciones en el nicho ecológico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario