Pero la Psicología Evolucionista rechaza las dicotomías habituales de herencia contra ambiente: instinto o razonamiento, innato o aprendido, biológico o cultural. Todo aspecto del fenotipo de un organismo es el efecto conjunto de sus genes y su entorno porque los genes son los que permiten que el entorno influya sobre el desarrollo de los fenotipos y, precisamente, los genes son los elementos reguladores, que al ser expresados en un entorno determinado, organizan los elementos a su alrededor para formar un organismo, que puede ser distinto en ambientes distintos.
Ortega y Gasset dijo “yo soy yo y mi circunstancia” (Meditaciones del Quijote, 1914), y aquí se discute dónde radica la mayor parte de la predisposición agresiva del ser humano, si en el “yo” o si en mi “circunstancia”. Sin entrar en estas controversias, los enfrentamientos territoriales, y más concretamente la guerra, como conducta heredada o adquirida, ha estado presente en la historia del hombre desde tiempos inmemoriales. Plauto ya decía, hace 2200 años: “Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit”, lobo es el hombre para el hombre, y “no-hombre”, cuando desconoce quién es el otro.
Las pruebas de antropofagia más antiguas de la historia aparecieron en el yacimiento de Atapuerca (Burgos, España), demostrándose que hace unos 1’3 millones de años ya existía el canibalismo, y por tanto, también existían los conflictos intergrupales.
En la mayoría de los yacimientos de restos fósiles de homínidos hallados hasta ahora es imposible conocer la causa de la muerte, por la fragmentación y deterioro de los huesos encontrados, que casi siempre se encuentran desperdigados y mezclados con otros fósiles de animales. Pero cuando es posible, la arqueología nos enseña que nuestros ancestros peleaban y guerreaban desde tiempos prehistóricos.
Los fósiles hallados en la localidad A.L. 333 de Hadar, pertenecientes al Australopithecus afarensis de hace 3’2 millones de años, al igual que el famoso Lucy, corresponden a por lo menos trece individuos de diferentes edades. Todos los autores suponen que pertenecían al mismo grupo o clan de homínidos y que todos murieron al mismo tiempo, y ante la imposibilidad de conocer la causa de la muerte, se achaca a una catástrofe natural del tipo de una riada. Pero las riadas desperdigan los cadáveres incluso a kilómetros de distancia. Si hoy en día nos encontráramos en un mismo lugar con trece esqueletos humanos, inmediatamente pensaríamos en una masacre perpetrada por un grupo rival, ¿por qué no en este caso también?, ¿Es que los afarensis no competían también por el territorio?
Desde las más antiguas civilizaciones históricas –Mesopotamia, Egipto, Próximo Oriente, Mundo Egeo– las guerras se hallan omnipresentes. En la historia del hombre no se conoce una época de paz, solo etapas de entreguerras. En 1960, un estadístico noruego puso a trabajar una computadora para contar el número de guerras habidas durante los 5.560 años de historia. El número fue 14.531, a una media de 2,6 por año. De las 185 generaciones transcurridas durante ese período, sólo 10 conocieron una paz ininterrumpida...
Durante mucho tiempo se ha imaginado a la Prehistoria como una edad de oro: el paraíso original. Muchos sociólogos han sostenido que la guerra es eminentemente cultural y, por tanto, su aparición ha sido relativamente reciente en nuestra evolución, apenas hace unos 10 mil años. Hoy día, la arqueología, como veremos, nos permite que dudemos sobre esta placidez inicial. Al repasar el campo de los descubrimientos, se puede construir un cuadro con los elementos de violencia observados desde los tiempos de los cazadores-recolectores hasta el Neolítico: heridos por armas, ejecuciones, masacres, sacrificios.
En una conferencia sobre el origen evolutivo de la guerra celebrada en la University of Oregon en Eugene, en octubre de 2008, un grupo de prestigiosos estudiosos compuesto por antropólogos, arqueólogos, primatólogos, psicólogos y especialistas en ciencias políticas han concluido que la guerra no solo es tan antigua como la humanidad, sino que ha desempeñado un papel integral en nuestra evolución. Esta teoría ayuda a explicar la evolución íntima de aspectos del comportamiento bélico tales como la guerra de pandillas. Incluso, sugiere que algunas habilidades que hemos tenido que desarrollar para ser eficaces guerreros, como la cooperación, se han convertido en la moderna capacidad de trabajar en equipo en pro de un objetivo común.
Esta conferencia ha significado un punto de inflexión importante en el mundo científico. Allí dijo Mark Van Vugt, un psicólogo especializado en aspectos evolutivos, perteneciente a la Universidad de Kent, Reino Unido, que el “arte de la guerra” ya formaba parte del intelecto del ancestro común que compartimos con los chimpancés. "Ha sido una gran presión de selección sobre la especie humana", dice. De hecho, varios fósiles de los primeros seres humanos tienen heridas atribuibles a alguna batalla.
Para otro de los asistentes, Stephen LeBlanc, un arqueólogo de la Universidad de Harvard, perteneciente al Peabody Museum de Boston, los estudios sugieren que la guerra representa el 10% (o más) de todas las muertes ocurridas desde nuestros orígenes: "Eso es suficiente para llamar nuestra atención", dice.
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